Tres poemas de Buenos Aires por Roxana Crisologo
me dirijo al Tigre un día lluvioso
mis botas mojadas
mis anteojos nublados
oigo más de lo que debería escuchar
una mañana cualquiera
en el tren
el inusitado ofrecimiento
de cantar
el desemplumado oficio de contar
aunque todos rían
y sea demasiado temprano
para desocupar las estrellas
y en mi cerebro siga danzando
el polvo blanco de la noche
que aconteció
abro y destruyo
el libreto que hice de mis palabras
y me acomodo en la levadura del pan
y añoro el sexo que tantos sudores dejan
titilar como granitos de nieve
en mi piel
me sumerjo en su solemnidad
de sábanas
vendedores —digo—
perdedores —dicen—
veo más de lo que
corrientemente un ser humano
podría presenciar
una mañana cualquiera
dirigiéndose al Tigre
una telaraña de cables
una intromisión de formas
no más pensamiento
ni ilusión
que
una ciudad que detiene la lluvia
unas muchachas
con pinta de italianas
que arrastran rápidamente sus
bicicletas
al tren
para no mojarse
el graznido del acordeón
que el agua diluye
en un ofrecimiento
más
que se impregna en las ventanas
como una medida de fuerza
¿cómo deshacerme
de esta extraña intromisión
mientras arrugo con el periódico
otra conversación anodina?
una ciudad
que se esfuerza por invisibilizar
la lluvia
estas estúpidas tarjetitas
que sin querer recibo
de una ciega
que su lazarillo empuja
hacia mis manos
viajo consciente
de que nada conseguiré aclarar
a pesar de la lluvia
sabiendo que no me quedarán fuerzas
para tomar un bote
e internarme en el Tigre
ni me interesaré
por alguno de esos
curiosos nombres alemanes
ni mucho menos comeré salchichas
ni beberé cerveza
viajo sin dejar que el silencio influya
que fluyan los árboles
abandonarse
a f l o r a r
mis botas mojadas
mis anteojos nublados
oigo más de lo que debería escuchar
una mañana cualquiera
en el tren
el inusitado ofrecimiento
de cantar
el desemplumado oficio de contar
aunque todos rían
y sea demasiado temprano
para desocupar las estrellas
y en mi cerebro siga danzando
el polvo blanco de la noche
que aconteció
abro y destruyo
el libreto que hice de mis palabras
y me acomodo en la levadura del pan
y añoro el sexo que tantos sudores dejan
titilar como granitos de nieve
en mi piel
me sumerjo en su solemnidad
de sábanas
vendedores —digo—
perdedores —dicen—
veo más de lo que
corrientemente un ser humano
podría presenciar
una mañana cualquiera
dirigiéndose al Tigre
una telaraña de cables
una intromisión de formas
no más pensamiento
ni ilusión
que
una ciudad que detiene la lluvia
unas muchachas
con pinta de italianas
que arrastran rápidamente sus
bicicletas
al tren
para no mojarse
el graznido del acordeón
que el agua diluye
en un ofrecimiento
más
que se impregna en las ventanas
como una medida de fuerza
¿cómo deshacerme
de esta extraña intromisión
mientras arrugo con el periódico
otra conversación anodina?
una ciudad
que se esfuerza por invisibilizar
la lluvia
estas estúpidas tarjetitas
que sin querer recibo
de una ciega
que su lazarillo empuja
hacia mis manos
viajo consciente
de que nada conseguiré aclarar
a pesar de la lluvia
sabiendo que no me quedarán fuerzas
para tomar un bote
e internarme en el Tigre
ni me interesaré
por alguno de esos
curiosos nombres alemanes
ni mucho menos comeré salchichas
ni beberé cerveza
viajo sin dejar que el silencio influya
que fluyan los árboles
abandonarse
a f l o r a r
1 Comentarios:
Bellos poemas, hechos con las botas puestas. Un saludos abrazo, compañeras!
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